sábado, 23 de abril de 2011

He decidido tener un gato

Mis últimas apariciones en este espacio han sido muy personales; he dejado de hablar de política, de violencia, desastres naturales, corrupción y etc. Creo que estoy en un momento de mi vida en el que, a pesar de que me interesan mucho esos temas, prefiero no intentar arreglarlos, finalmente, “cuando sea grande”, me pagarán para hablar sobre realidades nacionales e internacionales, o eso espero y para eso me preparo.

Si en algún momento mis compañeros me piden que deje de pensar que esto es un diario personal, aceptaré con amabilidad su solicitud, porque eso de compartir con alguien es complicado, y es mejor procurar tener las mejores relaciones interpersonales posibles. Sin embargo, creo que tengo mucho que decir y que esto de rellenar espacios con las cosas extrañas que suceden en tu vida, te llena.

Últimamente me he sincerado hasta conmigo mismo; acepto que no todo puede ser como lo deseo, que soy una persona difícil de entender y predecir, que no soy tan relajado como yo mismo quiero creer y que, definitivamente, pierdo todo el tiempo pendejiando, en lugar de ocuparme de lo realmente importante (como escribir una entrada para publicar en este blog y no leer fotocopias para una clase). Hace dos días aprendí en una película que si lo único que se planea es que la vida te sorprenda, eso te hará más feliz –quería colocar eso, a pesar de que me salga un poco del tema-. Y ese es un ejercicio interesante… entenderse y aceptarse como un ser muuuy complejo y escribir un único punto en mi “plan de vida” que diga: Permitir que la vida me sorprenda.

Pero también existe una contraparte en eso de aceptar mis propias complejidades, ya que, si acepto las mías, luego acepto las de los demás, ¿cuándo diablos los demás aceptarán las mías? Lo digo porque soy víctima de esa falta de reciprocidad, y siento que en varias situaciones (la mayoría), la actitud de “paz y amor” de un hombre complejo, es malinterpretada. Me he creído tan “Hippie”, que he llegado a pensar en que el error es mío, pero mi parte malvada y orgullosa (que un “pseudohippie” no podría vencer), me hace recordar que no, que lo que hago está bien y que si lo que doy no alcanza, pues ¡de malas!

He decidido tener un gato porque, para él y para mí, sería fácil entender nuestras complejidades; finalmente no tendríamos que conocerlas. Si me siento en el sofá a ver una película, por mala que sea, el gato me buscará para sentarse en mis piernas y que yo le rasque la cabeza; si se pierde, no pensará que me enloquecí buscándolo y que fue inevitable preocuparme y querer conocer su paradero; si le doy comida, aceptaría escucharme en mis días de “crisis de feo” (como dice un amigo) y si se nos da la gana, podríamos criar un perro entre los dos.

Javier Abril