sábado, 22 de septiembre de 2012

En defensa del cielo



He decidido no luchar más por defender el suelo bogotano de las críticas que van y vienen a diario. Que los trancones, que el servicio de transporte público, que las basuras, que los carruseles, que no hay metro, que los huecos, que la delincuencia.... perfecto, Bogotá está en coma, sobrevive, para mí, porque está entubada y conectada a una máquina que la ayuda a respirar, que no está en el suelo.

No tiene nada qué ver con las locomotoras del progreso del Gobierno de Juanma; en realidad la llamo máquina sólo porque tengo que llamarla (o llamarlo) de alguna manera. A esa máquina le regalo mis piropos y más poéticas líneas porque se los merece todos los días. ¡Como no! Si es lo único que no ha terminado untado de corrupción, gracias a que, a pesar de su aparente cercanía, nadie puede comprar o repartir el derecho a disfrutarlo.

No sé si ya han imaginado algo. Yo hablo del cielo. El cielo de colores infinito que hace lo que le da la gana y del que los cachacos sufren su rebeldía. Él nos obliga a salir con paraguas y abrigo porque en cualquier momento le da por atravesar un mechón de nube llorona sobre el norte, mientras que al sur, quien sabe si por su cercanía a Melgar, se pone pantaloneta y chanclas. Mientras tanto, en el oriente y occidente, parece que quiere que todos los meses sean agosto con semejantes vientos. Cuando él quiere, cambia de parecer.

¡Es que es un rebelde! En el amanecer pone cara de yo no fui, mientras en el espejo nos vemos los cachetes colorados por la quemada del día anterior y luego vemos los tennis del huequito emparamados gracias al aguacero de la tarde. La cara de yo no fui es como un morado con fucsia, más una que otra nube chismosa y un vientecito frío que nos pone mocosos.

Durante el día, como lo he dicho, nos sorprende. Saca el sol de un bolsillo mientras nos ve calentanos. Después nos da la espalda y pone sus melenas de nubes lloronas para hacernos morir de frío, y luego, como si no fuera con él, saca de nuevo el sol y se burla con malicia. "-Já, me los papié-" dirá el descarado.

Desde las 5 de la tarde pone a la luna y al sol frente a frente. Como si quisiera que la señora andara más rápido y le diera un pellizco al rubio en una nalga. Pero no, cuando nos damos cuenta ya tenemos las luces encendidas y estamos listos con el tinto en la mano para ver cómo el cielo se ve entre rojo y naranja mientras se va el sol dejando a la luna jugando sola a las escondidas. Es que es todo un espectáculo. Yo propondría esa escena para la inauguración o el cierre de unas olimpiadas.

Cuando el cielo quiere, la deja ver -a la luna- blanquita-blanquita, si no, la deja metida por allá, enredada en sus mechones de nubes lloronas. ¡Es que es un rebelde!

Toda una odisea seguirle el juego a esta máquina. Por fortuna aún depende de sí misma y no necesita de contratistas para moverse. Ya, haciendo cuentas, viene a ser de lo poquito que queda para mostrarle al gringo o al europeo cuando se pasea por Bogotá. Mi Bogotá de cielos infinitos.

Posdata: Sí, regresó El Punch

domingo, 4 de marzo de 2012

Una noche en la UPJ.

La Historia de un joven que hace fila para estar en la UPJ.

La UPJ (Unidad Permanente de Justicia) ha sido durante mucho tiempo un lugar estigmatizado, en el que nadie quisiera estar de 24 a 48 horas dentro. Pero lo que nadie sabe, a menos que haya charlado con un indigente que pasa la mayoría de sus noches ahí, es que este establecimiento les sirve de hogar a muchas personas de la calle.

Aunque una vez estuve en ese sitio por un problema que tuve con un usuario de Transmilenio, entré en la tarea de conseguir una buena historia. De encontrar una razón para quitar esa etiqueta de “lugar tenebroso”. Me di cuenta que no sólo es un lugar donde llevan delincuentes y turbadores del orden público en la ciudad. Es un sitio que muchas personas utilizan para protegerse, no tanto de los peligros, sino de las álgidas noches bogotanas.

‘Morocho’ es un personaje que vive en la calle hace dos años. En esos dos años, ha estado internos en las ollas más peligrosas de esta ciudad. Cansado de esos peligros que le da la noche, decidió desde hace poco menos de un mes pasar la noche en la UPJ. “Me siento relajado y no duermo tan tieso ni con olor a mierda como en la calle” –Dijo ‘Morocho’ mientras rastrillaba algo en sus manos-.  Yo logré entrar a este lugar y ver cómo vivían unas horas estas personas. Se me hizo extraño ver que rascaba algo en las manos, las requisas a las que uno se somete son muy rigurosas como para lograr entrar algún tipo de droga. Fue en lo primero que pensé.

Al pasar las horas, el ambiente –en todo sentido de la palabra- se ponía más caliente. No me sentía solo. Estaba con alguien que sabía cómo era la movida ahí dentro. Veía llegar muchas personas, unas con apariencia de indigentes y otros vestidos muy bien, pero no estaban ahí por algo bueno. “Vea, Mono, usted acá tiene que ser relajado, a la hora y veinte que demuestre culillo, estos manes se lo tragan vivo” –me advertía mientras continuaba rascado algo en las manos- “Y no me refiero a los indigentes, ellos vienen a dormir, a hacer amistad y ya. Le digo que en la trampa, porque de los que se debe cuidar son de los que están bien vestidos; todo lo que tienen puesto es robado”.

Ahí ya no me sentía tan confiado de estar con él. Pienso que donde llegue a pasar algo acá adentro, todos agarran por su lado y yo me quedaría solo. Al avanzar la noche esa bodega ya se iba llenando y el movimiento de personas, paradójicamente, cada vez era menor. Todos estaban en su ambiente; y uno por uno buscaba un espacio, se acostaba y se dormía. “Parcero, cuando uno vuelve ésta su casa, deja los corotos guardados por ahí en un hueco entre ladrillos –dijo ‘Morocho’- y no hay de otra que sacar el pedazo de cartón como almohada y llenarse de camisetas y pantalones para que no le dé frío. No crea, acá también hace frío pero no es tan áspero como el de afuera” ahí ya tenía listo lo que tanto rascaba. Me tenía intrigado, y quería saber qué era eso que había logrado camuflar para calmar su ansia encerrado.

A mí también ya me daban ganas de un cigarro, sin olvidar que antes de entrar me dijeron que no ingresara cigarrillos porque ahí sí podía poseer problemas con la gente que estaba enclaustrada.

Al igual que yo, ‘Morocho’ estaba “amurado” y mostraba desespero con todo su cuerpo. Me dejó encargado con un amigo, se levantó y dio tres vueltas a la bodega. En los baños se demoró mucho tiempo. Pensé que tenía alguna necesidad. Volvió y su mirada no era la misma. “¡vamos a hacerlo! Casi no encuentro lo que me faltaba pa’ quitarme ese amure –dijo sonriente- Vení, Mono. ¡Vení! Que yo no te dejo morir, Parcero.” Me acerqué y tenía en la mano derecha una hoja de papel periódico y en la otra mano papel de bocadillo Veleño totalmente rascado. Ahí salí de mi duda. Lo poco que sé me conducía a algo, pero mi inocencia me hizo preguntar para qué era eso.

‘Morocho’ con cuatro amigos se rieron. Me sentí bien porque confirmé que era para lo que yo pensaba. “Pille, pues: esto lo llamamos Cachimbombo, es como un cigarro pero sabemos que no nos van a coger a puñaladas por él” –dijo mirando al grupo de personas que no eran indigentes- ¡fume! ¡Fume! Que eso no le hace daño, es más malo el cigarrillo”. Mientras bajaba el humo por mi garganta, que la verdad no era humo sino candela, los miraba a ellos, miraba a las demás personas revisando que nadie se me acercara a formar problema por estar fumando. Era sicosis mía, todos estaba en su cuento.

Se acercaba la media noche y ‘Morocho’ me dijo que no lo hiciera trasnochar tanto, pues al otro día tenía que trabajar mucho. “usted es un chino gomelo, y mañana llegará a su casa a dormir.” –me dijo frotándose los ojos con sus manos. Me consiguió un pedazo de cartón mientras yo iba a orinar. Veía que todos orinaban donde fuera, yo utilicé el baño. “Mirá, acá tenés lo de dormir –me dijo ‘El paisa’, un amigo de ‘Morocho’. “Dormite que ya no hay nada interesante de ver por acá”

Me acosté haciéndoles caso, eché una ojeada y vi que sólo quedaba dos indigentes de pie. Arrancaron hacia el baño y, por el movimiento y sonidos que emitían, se veía que estaban saciando su abstinencia de la manera más heteróclita.

Estuve acostado como hasta las 5 de la mañana. Más tarde, empezaba a salir el sol que calentaba las tejas, ese calor hacía que se levantara ese olor a orines de toda la noche. Asomaron 3 policías con un cuaderno, cuaderno en el que me registraron cuando entré. Abrieron una de las puertas y empezaron a llamar, uno por uno, a cada individuo que estaba adentro. Un conocido de ‘Morocho’ intentó salir por la puerta sin que lo llamaran. Los policías lo entraron y dijeron que no iban a llamar a más gente. Un gamín le dio tres puntapiés, y le dijo que no le volvía a ligar. Ahí entendí el respeto que le tenían los indigentes a estas otras personas.

Me llamaron, me despedí de ‘Morocho’ y sus cuatro amigos. Lo volví a ver cuando yo iba montado en el Transmilenio y él caminaba por el Barrio Santafé.

Felipe Marciales.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

UNA VIDA SOBRE RUEDAS.



Alejandro Moreno ‘Gamba’ es un joven bogotano amante del longboarding, el deporte en el que una tabla un poco más larga que las convencionales y la velocidad crean el modelo de vida, por el cual él vive y trabaja para suplir los elevados gastos que este implica.
Alejandro Gómez Niño.

Aquella mujer de unos cuarenta  años de edad se acerca a Gamba indagando por la colección de clásicos de Stanley kubrick y por una de las mejores películas de kusturica “Gato negro, gato blanco”. Gamba se muestra seguro y responde a la petición “todas las tengo, pero ya sabes que por ser cine arte son a tres mil” –dijo- en cuestión de segundos le muestra los Cd’s que empacados en una bolsa transparente y con su respectiva carátula terminarán por satisfacer los deseos de aquella dama que se interesó por pasar un rato ameno al lado de grandes filmes que han marcado la historia.

Este es el diario vivir de Gamba, inmiscuido dentro de miles de películas. Él es un buen conocedor del cine comercial, y del cine arte; un joven que a pesar de sus tatuajes y su aspecto agresivo sabe persuadir al cliente para que termine comprando las películas, que son las que sustentan su deporte y le hacen perseguir su sueño mas frecuente: conseguir el patrocinio y ser admirado por su destreza en el longboard, el cual es el motor de vida de este avezado joven que demuestra su pericia en las empinadas calles bogotanas.
Son ya pasadas las dos de la tarde y mientras llega la hora del almuerzo Gamba se empieza a poner efusivo pues me comenta “Mi perro, después de el medio día, la tarde se pasa al flete, y vamos es a montarles entonados, para que vean a tu papi”. El brillo en sus ojos es algo indescriptible, al hablar de su tabla lo hace con el mayor apego posible, la muestra magnificada, para el longboard es como la vida misma. La razón por la cual dedica extenuantes horas laborales para sacar unos ratos de goce junto a su tabla que parecen algo efímero comparado con todos los sacrificios que día a día él realiza para mantener la chispa de la velocidad y los derrapes en su mente.

Mientras transcurre el almuerzo, gamba está sentado tras el mostrador, y entre risas y burlas  hablamos de forma peyorativa de algunos de los otros Raiders, (nombre que reciben los que practican el longboard), --“Usted sabe, Alejo, que nosotros no tenemos las lucas, tenemos es que mostrarnos como somos, humildes pero ásperos para montar, y pues el que nos quiera será nuestro amigo, pero el que no, pues ni quita ni pone. Mi perro, para mí esto no es de plata es de amor a la tablita, Pá”. Mientras tanto decido salir y encender un cigarrillo. Luego de pensar un poco entiendo que en una gran parte ese pedazo de madera con trucks y ruedas se ha convertido en una parte fundamental de mi vida, y es allí donde comprendo la euforia con la que habla mi amigo de su patineta.

Al ingresar de nuevo en el centro comercial localizado en el centro de Bogotá, limítrofe a la calle novena con carrera 16, encuentro a Gamba proyectando en el televisor de su local un video que muestra algunos de los exponentes con mayor categoría dentro del longboard. Es tal pasión, que él imita los movimientos, para más tarde reproducirlos encima de su tabla. Ignorando mi presencia sigue persuadido por las escenas que muestran las habilidades de aquellos sujetos frente al deporte. Finalmente se alerta de que estoy observándolo, me evade con un gesto de camaradería y nuestra charla prosigue.
Gamba me cuenta con lujo de detalles aquella historia que de  repente había escuchado, pero nunca con el detenimiento que ésta merece Él vive en el barrio Córdoba, al sur de la ciudad, cerca a la iglesia del 20 de julio, y todas las mañanas junto a  su madre se levanta para cumplir con su labor. Es una persona humilde pero con grandes sueños, evidenciados en la pasión de su tono de voz, en la motivación que son su madre, su novia y su  patineta. Grandes motivos que lo mantienen aferrado a la vida, aquella que suele golpear a unos más que otros, pero que a pesar de que a él no le ha tocado un round equilibrado ha sabido mantenerse erguido hasta el final.

Hasta que por fin llega la tan anhelada hora de salida,  que hoy se acortó un poco, gracias a las largas charlas que compartimos. Gamba toma la maleta y su adorada tabla, saca un par de candados y con ellos asegura el local para que no corra ningún riesgo durante las horas nocturnas; salimos y tomamos un bus rumbo a la diecisiete sur, el lugar donde llegan el resto de nuestros amigos para emprender el camino hacia el Parque Nacional, pues es allí donde se concentra la mayor población que practica el longboarding.
Arribamos al parque a eso de las 8 p.m, allí los ambientes cambian, el hombre serio y puesto en su sitio entra en confianza y se deshace de los ademanes que tiene que tener con sus clientes, para enterar en un ambiente de más camaradería y chistes entre amigos. La noche pinta un poco fría y después de un par de bromas y comentarios, gamba saca de su maleta el casco y los guantes, protección fundamental para poder montar, parece que la faena está a punto de empezar.

Ya equipado y con un previo calentamiento Alejandro emprende la subida de la pendiente que le dará la velocidad suficiente para realizar los vistosos derrapes de los que se siente tan orgulloso. El resto de los colegas nos quedamos abajo poniendo a punto nuestras tablas, y equipándonos con la protección adecuada. De repente el sonido de un derrape suena y la mirada se volcó sobre la pista, es Gamba descendiendo por la cúspide del parque y realizando los peculiares Stand ups (tipo de derrape) que son admirados por muchos y por algunos otros vistos como un reto al que se necesita afrontar con el nivel suficiente. Por un momento el ambiente se silencia y se aprecia del espectáculo de aquel joven que parece establecer la combinación perfecta con su longboard, que al hacer rechinar las ruedas lo hace con un estilo promisorio y lleno de talento, al que se le nota el placer de brindar un espectáculo que libera su adrenalina y lo convierte en un personaje admirado en el parque.

Algunos comentan, otros sólo miran, pero lo que está claro es que Gamba es uno de los Raiders con  mayor nivel y manejo de la pista, y que pese a su condición social sigue luchando por el sueño de convertirse en uno de los mejores exponentes del deporte en nuestro país. Un sueño que se alimenta día a día, un sueño lleno de perseverancia e ilusión, un estilo de vida al que muchos le agregan el factor monetario, pero al que Gamba sólo le aportó el talento.

jueves, 14 de julio de 2011

“Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo” Facundo Cabral


Parece que fuera poco lo que se ha descubierto. Colombia es un país en el que ningún escándalo basta y se hacen necesarias nuevas cochinadas para continuar aumentando la lista de abusos en contra del pueblo débil, del pueblo ciego y sin voz. La justicia y el periodismo, a medida que pasan los días, descubren y denuncian más y más casos de corrupción que desangran la patria y nos alejan de aquel sueño que tenemos para dejar de ser uno de los países más desiguales del mundo.
Los escándalos del Gobierno anterior –que me cansaría de enumerar-, el gravísimo problema de la Salud, el terrible caso de la corrupción en Bogotá en el que no refuto la participación del suspendido Alcalde y creo en Inocencio Meléndez cuando asegura que Moreno era “el Director de la orquesta”, entre otros.
Y ahora, en el transcurso de dos días, dos nuevos casos que considero el colmo del descaro: primero, el mismo Santos anunciando un desfalco de billones de pesos en la DIAN, debido al cobro de devolución del IVA con facturas falsas, en donde se encuentran implicados Ex funcionarios, Funcionarios y Particulares de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales.  Y, en segundo lugar, “…250 mercados enviados por el Gobierno Nacional para los damnificados de la ola invernal (…)2000 colchonetas y unas 40 cajas de panela, las cuales se encuentran totalmente dañadas, descompuestas, fermentadas, derretidas y regadas por el piso” en una bodega de Cartagena. ¿Qué más falta? ¿Los colombianos ya tenemos el “cuero curtido” y nos resbalan los acontecimientos?
Hace varios meses escribía para este mismo espacio una entrada que pretendía invitar a los que visitaran el Blog, a que, si estaba en sus capacidades, aportaran algo para ayudar a los damnificados, por más pequeño que fuera, la idea era que sirviera. Pero ¿para qué?, seguramente esa cobija y las sábanas que envió mi mamá se encuentran abandonadas y en mal estado en alguna bodega del país.
Y en honor al recién desaparecido Facundo Cabral, he utilizado una de sus frases para nombrar este Post; porque creo que la pobreza de nuestro país no es tan sólo de carácter económico; creo que no es más pobre la madre cabeza de hogar del Atlántico que dejó de recibir las ayudas y se vio obligada a pedir limosna en un puente vehicular, en comparación con la pobreza extrema, pero de tipo moral, que sufren los funcionarios públicos, los políticos y todos aquellos a los que el pueblo confía sus recursos, sus aportes y su esperanza de ver a su país salir de las listas negras en las que se encuentra.
Los pobres no tendrán qué comer ni donde dormir, pero a ellos lo único que les interesa es sacar a sus familias adelante; si se ven obligados a delinquir para alimentarse, es gracias a los otros pobres que sí tienen qué comer y duermen bajo cómodos y lujosos techos, pero que no les alcanzan los miserables millones que ganan y convierten los recursos del Estado y del Pueblo en cuentas bancarias personales.
¿Hasta dónde vamos a llegar los colombianos? ¿Acaso lo que deseamos no es olvidar nuestra asquerosa historia y escribir lo que viene despacio y con buena letra? Ya ni siquiera estamos con el agua al cuello sino completamente cubiertos, ahogados y desesperados, pero parece que nos estamos adaptando. Somos como el Titanic mientras se hunde, los que se salvan son los de primera clase, para el resto tal vez no alcancen los chalecos salva vidas. 
Javier Abril Páez

martes, 12 de julio de 2011

Una vida antes, otra después

Dedicado a: JORGE MARIO GÓMEZ (mi papá)

A veces aquel joven recuerda como era su rostro cuando era un párvulo, se sienta solo en un rincón y hace un poco de memoria; recuerda que una sonrisa se dibujaba en su cara cada mañana, cada noche al acostarse cuando sentía las tibias y tiernas manos de su padre que buscaba protegerlo de todo mal; aquellas que hoy le hacen tanta falta para sentir un abrazo de su parte, como los que alguna vez de niño le dio…

Muchos solían decirle: -“Papito, valore lo que tiene, pues la vida da muchas vueltas”, pero su corta edad y el diario vivir hacían caso omiso a esas palabras, que como si hubieran sido una premonición, o en ocasiones hasta una forma de vaticinar el futuro, se convirtieron en una realidad. Un 13 de julio del año 2002 su mundo construido en un nube de perfección y amor, se derrumbó para mostrarle que en muchas ocasiones la vida no es perfecta y se necesitan de golpes directos al corazón para entender, y por duro que suene, hallar la razón de vivir, pues ese día lúgubre del séptimo mes, su padre había fallecido por un cáncer cerebral que lo aquejaba ya hace un buen tiempo. 

Aquél héroe protector de los monstruos de debajo de la cama no lo protegería más, aquel hombre que jugaba futbol un poco más que Roberto Carlos y Ronaldo en el parque del barrio dejaría su talento para mostrarlo en otro lugar, ese padre que le reprendía con mano dura, pero que lo amaba con el corazón, desde aquel fatídico día, pasaría al álbum de los recuerdos de este joven, pero no a la historia como lo hacen la mayoría de álbumes que si corren con suerte se desempolvan cada década; este era distinto porque paso a ser archivado en los recuerdos matutinos y nocturnos de aquel joven, que día a día recuerda a su padre como el mejor amigo perdido en la dura batalla que se emprende contra una enfermedad terminal que no mira raza ni color de piel ni estatus social, que no mide el daño ni el dolor desgarrador que a su paso deja.

Desde aquél día este joven cambió, su risa se convirtió en tristeza; su arrogancia por creerse un poco más que los demás, pasó a dejarlo medir por el mismo rasero y comprender que cuando la vida golpea también enseña; y finalmente aprendió que todo no es perfecto y que de la tristeza que una muerte le dejo pudo cambiar diametralmente, para que hoy al estar al portas de ser un profesional, enfocara su camino al querer trabajar por aquellos que la vida nunca les ha sonreído; pero siempre llevando en el corazón, en la mente y en las acciones, la mirada protectora y amorosa de aquel hombre, que un día como hoy, hace llorar al joven, al que muchos notan como un hombre fuerte y centrado, pero ignoran que su fragilidad está a flor de piel y la alimentan las lágrimas por un recuerdo que le desgarra el alma.

Te amo Papá.

Alejandro Gómez Niño 

jueves, 9 de junio de 2011

Tal vez la final ya estaba arreglada

El pasado miércoles tuvimos la oportunidad de observar los encuentros deportivos del fútbol profesional colombiano que definían entre cuatro equipos cuáles de ellos jugarían la “gran final” de la Liga Postobón. Nacional y el Tolima jugaron en el Manuel Murillo Toro en la capital tolimense, mientras que Millonarios y Equidad, se encontraron en el Estadio de techo en Bogotá.

La pasión de los hinchas se hacía más evidente en los seguidores de los equipos tradicionales, Millonarios y Nacional; por las calles de la capital colombiana se veían las camisetas azules y verdes, para mí sería difícil determinar cuál era el color que más se observaba. Todos estaban esperando el resultado de los encuentros que tendrían lugar al final del día y que, por supuesto, serían transmitidos por un par de canales de televisión, para fortuna de los que no iríamos al estadio a vivir la fiesta futbolística.

Inician los encuentros, primero Nacional vs. Tolima; después de los noventa minutos de juego, el equipo paisa se queda con el cupo para disputar la final con alguno de los equipos capitalinos que clasificaría después del encuentro en Bogotá.  Se empieza a jugar en Bogotá, el Estadio de techo lleno de azul, a pesar de que de local estaba jugando el equipo asegurador; otros noventa minutos terminados y, con sorpresa, los hinchas azules vuelven a ver a su equipo del alma olvidarse de un catorceavo título. Tenían la seguridad de que su equipo no los defraudaría esta vez, que después de 23 años por fin celebrarían un triunfo.

Pero seamos sinceros, estamos en el país en donde todo es posible y en donde otra pasión, a parte del fútbol, es la violencia, y por eso me parece que lo mejor era que alguno de los dos equipos tradicionales no clasificara a la final, ya que, si ésta se disputara entre estos dos equipos (Millonarios y Nacional), una angustia más, a parte de la que se tiene como observador durante el partido, sería la reacción de los seguidores más radicales con cualquiera que sea el resultado. Las hinchadas de estos equipos, para mi concepto, han dejado de disfrutar del fútbol como deporte, y han convertido su pasión en una forma más de exclusión e intolerancia, cosa que brota por los poros del pueblo colombiano en diferentes aspectos de su vida.

Un encuentro entre hinchas podría ser desastroso, los seguidores más radicales de estos dos equipos tienen una guerra jurada, despertada gracias a las rivalidades deportivas existentes. Pero ya lo he dicho, son rivalidades deportivas, y se han convertido en guerras, en venganzas, en armas, en puños… hemos dejado de disfrutar de lo que es verdaderamente el deporte más famoso del mundo, de hacer de los encuentros fiestas que nos aparten durante noventa minutos de nuestra realidad, infestada de violencia, corrupción y bala.

Y qué triste es cuando todos sabemos que estos encuentros no se pueden dar, todo gracias a los seguidores. Las medidas de seguridad se deberían triplicar y tal vez cuadruplicar, la mitad de los hinchas deberían salir del estado treinta minutos antes de terminar el partido, y probablemente existirán muchas más maneras de cuidar la seguridad de las ciudades anfitrionas. Inclusive, he llegado a pensar que la final de estos campeonatos se debe negociar fuera de las canchas, tal vez en las oficinas de los jefes de seguridad de las ciudades, en compañía de las directivas de los equipos y de uno que otro personaje importante en estos espacios, todo porque somos conscientes de un posible desastre.

Y todo esto es el resultado de esa cultura colombiana, esa cultura del “traqueto” que cree que para disfrutar de las verdaderas fiestas es necesario disparar al aire y demostrar su poder. En eso nos hemos convertido, y esto no es sólo en nuestro país, probablemente ocurra en muchos, pero yo hablo de lo que conozco y de lo que vivo.

Esperemos que el fútbol colombiano regrese a su época dorada, que se vuelva a disfrutar cada patada que se le da al balón y que los goles no sean sinónimo de disparos y puñaladas. 

Javier Abril Páez


Sueños juveniles de revolución.

Aún recuerdo con melancolía, pero con mucho cariño la primera vez que en mis años de bachiller tuve la oportunidad de ojear las páginas del manifiesto comunista De Karl Marx, aquel libro que logró cautivarme en sus cortas pero sustanciales páginas, que a lo largo de lectura lograban permearme con una mirada distinta del mundo y del orden establecido; una forma nueva de divisar la sociedad, y, de una u otra manera, romper el cascarón al que nuestra familia y nuestro estilo de vida nos había acostumbrado.

Por esa época sentía la revolución, y las ganas de cambiar el mundo a flor de piel, pensaba ser un prócer por los derechos de mi pueblo, que día a día está en peores condiciones, soñaba con viajar por América Latina y compartir con los pueblos indígenas y generadores de resistencia dentro de la región, pero mi principal anhelo fue viajar a Chiapas y conocer al sub comandante Marcos, que, a modo personal, es un ejemplo de lucha y dedicación. Todos estos sueños  alimentados ya por textos más construidos y elaborados , como las cartas del italiano Gramsci y los textos soviéticos que relataban la revolución de octubre.

Pero el tiempo, la vida y aún mas paradójico los mismos jóvenes con ideas similares a las mías, se encargaron de mostrarme la realidad, y entender de una vez por todas por qué la sociedad que planteo Marx no se puede construir como una visión de las masas, por qué se pelean por aspectos que a mi modo de ver son irrelevantes a la hora de generar un cambio de orden, porque se discute y se tiene pleito con el maoísta, el trotskista, el leninista, el stalinista, y ni se diga con los anarquistas. Aún no encuentro razón de por qué no se unifican los ideales y los aplicamos a Colombia, el país que nos quieren arrebatar de las manos, ¿será porque en realidad los revolucionarios jamás evolucionamos?, ¿será que somos de piedra y vivimos de triunfos de siglos pasados?. Es sensato pensar que todo tiene una evolución, pero en ocasiones pienso que no se trabajo ni se transformaron las premisas de los grandes exponentes de la revolución para aplicarlas a las necesidades de la época y la sociedad.

Ahora bien, no pienso abandonar mis ideas y mucho menos las enseñanza de los textos, pero si he optado por aplicarlos desde mi diario vivir, donde son mis actos los que me identifican como sujeto social y actor de cambio, donde, ayudando a alguien que en realidad lo necesita, construyo más conciencia que con salir y destruir la ciudad usando rocas y palos, celebrando el aniversario de la primera internacional. No pretendo criticar ni herir susceptibilidades, solo deseo que en realidad el mundo miserable y capitalista en el que estamos sumidos, un día sea mas justo, donde se respete al hombre por sus valores y no se le cuantifiqué como si sus necesidades las midieran los porcentajes.

Yo aún sueño con justicia y equidad, pero ¿esta usted feliz en el mundo en que nos toco vivir, o esta dispuesto a generar nuevas alternativas para cambiarlo?


Alejandro Gómez Niño

lunes, 23 de mayo de 2011

Se nos creció el enano.

Lamentablemente, de un tiempo para acá, hemos sido testigos de hechos que no son de nuestro agrado. Estamos acostumbrados a ver noticias de asesinatos, secuestros, robos, extorsiones, etcétera. ¿Pero eso es normal? No. Tenemos que quitarnos ese pensamiento de la cabeza; seamos consientes con lo que pasa en este país.

En el municipio donde vivo se respiraba tranquilidad, los niveles de delincuencia no eran tan altos, y, los casos que se veían, no pasaban de riñas entres bandos por saber quién era el que se ganaba los $100 o $200 de cuidar un carro. No quiero ser denigrante ni peyorativo, sólo que antes había ‘gamines’ que cuidaban a la comunidad, de delincuentes traídos de otras poblaciones.

Cuando acabaron ‘El Cartucho’ muchas de esas personas vinieron a Facatativá a tratar de hacer una vida. ¿Qué encontraron? Por la poca oportunidad de trabajo e industria que hay, Nada.

En la actual administración de este municipio, los índices de violencia y delincuencia han subido vertiginosamente -Yo sé que todo esto pasa en el país, pero también sé que si se quiere un cambio, no hay que fijarse sólo en las grandes ciudades. El cambio viene de abajo- No se puede salir a la calle, hay que valerse de un taxi o una buseta para llegar bien a su destino. Hay atracos y asesinatos por la misma razón por la que murió el sacerdote de la Comunidad Minuto de Dios en Bogotá; hay taxistas que los apuñalan por la misma razón que lo hacen en Medellín. Pero, lastimosamente, tenemos un alcalde que prefiere mandar a recebar una calle sólo para que pase una cabalgata, y no porque la comunidad lo necesita.

En Facatativá se cuenta con un pie de fuerza muy grande: Contamos con una Escuela de Carabineros, Un Cantón Militar, Cantón de Comunicaciones, donde están activos dos (2) Batallones, Comunicaciones e Infantería ‘Miguel Antonio Caro’, un (1) Distrito Militar, una (1) central de inteligencia y La escuela de comunicaciones; aun se cuenta con un Distrito de Policía. Pero, ¿Los vemos? Sí se ven muchos policías en las calles, pero son calles que no son de alta marginalidad ni peligrosas para la comunidad. Los soldados del cantón militar se ven cada dos (2) meses cuando van a hacer alguna ‘batida’ y consideran que “No pueden recoger a un ‘gamín’ porque se puede ‘dañar’ la institución”; El Alma Mater de la disciplina, diciendo esto. Los policías se ven en las calles molestando a jóvenes sobre una patineta, una cicla, o por el atuendo; Y los Carabineros sólo salen de su Escuela a cuidar cabalgatas.

¿Dónde está nuestra seguridad? ¿Dónde está la seguridad de los que andamos a pie y no a caballo?

Mis abuelos en estos días, celebran sus bodas de Oro; mi abuela iba caminando por un potrero que queda cerca donde ella vive, y donde nunca le había sucedido nada, le salió un atarbán de éstos y empezó el peor susto que mi abuela jamás había tenido.

-Páseme, Vieja Hp, su celular –le dijo éste, mientras le soplaba la cara el humo de la marihuana.

-Pues éste es mi celular –Mi abuela contestó con voz melancólica.

-¡Deme esos aretes¡ No, mejor no. Deme su anillo, esas latas de aretes y esa cáscara de celular no me sirven –Dijo, el ‘ñero’ exigente.

Llegó mi abuela a la casa, nerviosa y con la tristeza de perder algo que la une a mi abuelo.
Gracias a Dios, ya se acercan los comicios y quiero que no nos regalemos por un plato de lechona o una camiseta, votemos pensando bien las cosas. Y espero que mientras las elecciones llegan, no pase algo igual con ninguna persona.


Felipe Marciales.

sábado, 23 de abril de 2011

He decidido tener un gato

Mis últimas apariciones en este espacio han sido muy personales; he dejado de hablar de política, de violencia, desastres naturales, corrupción y etc. Creo que estoy en un momento de mi vida en el que, a pesar de que me interesan mucho esos temas, prefiero no intentar arreglarlos, finalmente, “cuando sea grande”, me pagarán para hablar sobre realidades nacionales e internacionales, o eso espero y para eso me preparo.

Si en algún momento mis compañeros me piden que deje de pensar que esto es un diario personal, aceptaré con amabilidad su solicitud, porque eso de compartir con alguien es complicado, y es mejor procurar tener las mejores relaciones interpersonales posibles. Sin embargo, creo que tengo mucho que decir y que esto de rellenar espacios con las cosas extrañas que suceden en tu vida, te llena.

Últimamente me he sincerado hasta conmigo mismo; acepto que no todo puede ser como lo deseo, que soy una persona difícil de entender y predecir, que no soy tan relajado como yo mismo quiero creer y que, definitivamente, pierdo todo el tiempo pendejiando, en lugar de ocuparme de lo realmente importante (como escribir una entrada para publicar en este blog y no leer fotocopias para una clase). Hace dos días aprendí en una película que si lo único que se planea es que la vida te sorprenda, eso te hará más feliz –quería colocar eso, a pesar de que me salga un poco del tema-. Y ese es un ejercicio interesante… entenderse y aceptarse como un ser muuuy complejo y escribir un único punto en mi “plan de vida” que diga: Permitir que la vida me sorprenda.

Pero también existe una contraparte en eso de aceptar mis propias complejidades, ya que, si acepto las mías, luego acepto las de los demás, ¿cuándo diablos los demás aceptarán las mías? Lo digo porque soy víctima de esa falta de reciprocidad, y siento que en varias situaciones (la mayoría), la actitud de “paz y amor” de un hombre complejo, es malinterpretada. Me he creído tan “Hippie”, que he llegado a pensar en que el error es mío, pero mi parte malvada y orgullosa (que un “pseudohippie” no podría vencer), me hace recordar que no, que lo que hago está bien y que si lo que doy no alcanza, pues ¡de malas!

He decidido tener un gato porque, para él y para mí, sería fácil entender nuestras complejidades; finalmente no tendríamos que conocerlas. Si me siento en el sofá a ver una película, por mala que sea, el gato me buscará para sentarse en mis piernas y que yo le rasque la cabeza; si se pierde, no pensará que me enloquecí buscándolo y que fue inevitable preocuparme y querer conocer su paradero; si le doy comida, aceptaría escucharme en mis días de “crisis de feo” (como dice un amigo) y si se nos da la gana, podríamos criar un perro entre los dos.

Javier Abril

miércoles, 30 de marzo de 2011

"CUENTO DE HADAS MÁS CORTO Y CON EL FINAL MÁS FELIZ" Respuesta a las preguntas más estúpidas.

Un miércoles como cualquier otro, una tarde como cualquier otra, un momento como cualquier otro y en uno de los millones de sitios en internet (sí, como cualquier otro), encontré un pedazo de texto medio pendejo que dice:

"CUENTO DE HADAS MÁS CORTO Y CON EL FINAL MÁS FELIZ!! Había una vez un príncipe azul. que le pregunto a una princesa."Hermosa Dama ¿Te quieres casar conmigo?"Ella respondió: NO! Y el príncipe vivió feliz toda su puta vida yendo a pescar, cazar, rumbear, viajar, a putiar todos los días, ...andaba con sus amigos, tomaba cerveza y guaro, Y se comía a todas las Viejas que quería, sin que nadie le jodiera la hijueputa vida! FIN"

Y me pareció tan interesante que lo voy a memorizar para dar respuesta a preguntas estúpidas como:

1. Y usted mijito, ¿Ya se casó?
2. ¿Y su novia?
3. ¿Cuándo va a encargar  a su bebé?, mire como están de "contentos" sus primos y amigos con sus tres chinitos 
4 ¿No le hace falta estar sentimentalmente comprometido?
5 ¿Qué hace con lo que se gana si no tiene una novia para llevarla a cine?
6 ¿Ya compró casa y carro para irse a vivir con su mujer? (Porque si no tiene carro está llevado del berraco)
7 Mijo, si va a cambiar su cama, tiene que pensar en comprar una más grande. Usted sabe, para ahorrarse lo de la cama matrimonial
8 ¿Y su novia qué hace?, ¿si es una muchacha de la casa, trabajadora, acomedida?

Y espero que no sólo me funcione a mí, porque aquí lo que necesitamos es pensar en los demás. Y cuando digo PENSAR EN LOS DEMÁS me refiero a colaborarnos y no a "volvernos un ocho" casando y mirando como a un bicho raro a los sujetos que desean que su vida no siga los parametros "normales". Y si esto no sucede, espero por lo menos que aprendamos a aceptar un NO como respuesta y continuar nuestro camino... así ni nos joden y tampoco nos jodemos la hijue$%& vida.

Javier Abril