sábado, 22 de septiembre de 2012

En defensa del cielo



He decidido no luchar más por defender el suelo bogotano de las críticas que van y vienen a diario. Que los trancones, que el servicio de transporte público, que las basuras, que los carruseles, que no hay metro, que los huecos, que la delincuencia.... perfecto, Bogotá está en coma, sobrevive, para mí, porque está entubada y conectada a una máquina que la ayuda a respirar, que no está en el suelo.

No tiene nada qué ver con las locomotoras del progreso del Gobierno de Juanma; en realidad la llamo máquina sólo porque tengo que llamarla (o llamarlo) de alguna manera. A esa máquina le regalo mis piropos y más poéticas líneas porque se los merece todos los días. ¡Como no! Si es lo único que no ha terminado untado de corrupción, gracias a que, a pesar de su aparente cercanía, nadie puede comprar o repartir el derecho a disfrutarlo.

No sé si ya han imaginado algo. Yo hablo del cielo. El cielo de colores infinito que hace lo que le da la gana y del que los cachacos sufren su rebeldía. Él nos obliga a salir con paraguas y abrigo porque en cualquier momento le da por atravesar un mechón de nube llorona sobre el norte, mientras que al sur, quien sabe si por su cercanía a Melgar, se pone pantaloneta y chanclas. Mientras tanto, en el oriente y occidente, parece que quiere que todos los meses sean agosto con semejantes vientos. Cuando él quiere, cambia de parecer.

¡Es que es un rebelde! En el amanecer pone cara de yo no fui, mientras en el espejo nos vemos los cachetes colorados por la quemada del día anterior y luego vemos los tennis del huequito emparamados gracias al aguacero de la tarde. La cara de yo no fui es como un morado con fucsia, más una que otra nube chismosa y un vientecito frío que nos pone mocosos.

Durante el día, como lo he dicho, nos sorprende. Saca el sol de un bolsillo mientras nos ve calentanos. Después nos da la espalda y pone sus melenas de nubes lloronas para hacernos morir de frío, y luego, como si no fuera con él, saca de nuevo el sol y se burla con malicia. "-Já, me los papié-" dirá el descarado.

Desde las 5 de la tarde pone a la luna y al sol frente a frente. Como si quisiera que la señora andara más rápido y le diera un pellizco al rubio en una nalga. Pero no, cuando nos damos cuenta ya tenemos las luces encendidas y estamos listos con el tinto en la mano para ver cómo el cielo se ve entre rojo y naranja mientras se va el sol dejando a la luna jugando sola a las escondidas. Es que es todo un espectáculo. Yo propondría esa escena para la inauguración o el cierre de unas olimpiadas.

Cuando el cielo quiere, la deja ver -a la luna- blanquita-blanquita, si no, la deja metida por allá, enredada en sus mechones de nubes lloronas. ¡Es que es un rebelde!

Toda una odisea seguirle el juego a esta máquina. Por fortuna aún depende de sí misma y no necesita de contratistas para moverse. Ya, haciendo cuentas, viene a ser de lo poquito que queda para mostrarle al gringo o al europeo cuando se pasea por Bogotá. Mi Bogotá de cielos infinitos.

Posdata: Sí, regresó El Punch

1 comentario:

  1. Me los papie? jajajaj que perfecta descripci'on del cielo bogotano (perd'on, no tengo t'ildes).

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