domingo, 4 de marzo de 2012

Una noche en la UPJ.

La Historia de un joven que hace fila para estar en la UPJ.

La UPJ (Unidad Permanente de Justicia) ha sido durante mucho tiempo un lugar estigmatizado, en el que nadie quisiera estar de 24 a 48 horas dentro. Pero lo que nadie sabe, a menos que haya charlado con un indigente que pasa la mayoría de sus noches ahí, es que este establecimiento les sirve de hogar a muchas personas de la calle.

Aunque una vez estuve en ese sitio por un problema que tuve con un usuario de Transmilenio, entré en la tarea de conseguir una buena historia. De encontrar una razón para quitar esa etiqueta de “lugar tenebroso”. Me di cuenta que no sólo es un lugar donde llevan delincuentes y turbadores del orden público en la ciudad. Es un sitio que muchas personas utilizan para protegerse, no tanto de los peligros, sino de las álgidas noches bogotanas.

‘Morocho’ es un personaje que vive en la calle hace dos años. En esos dos años, ha estado internos en las ollas más peligrosas de esta ciudad. Cansado de esos peligros que le da la noche, decidió desde hace poco menos de un mes pasar la noche en la UPJ. “Me siento relajado y no duermo tan tieso ni con olor a mierda como en la calle” –Dijo ‘Morocho’ mientras rastrillaba algo en sus manos-.  Yo logré entrar a este lugar y ver cómo vivían unas horas estas personas. Se me hizo extraño ver que rascaba algo en las manos, las requisas a las que uno se somete son muy rigurosas como para lograr entrar algún tipo de droga. Fue en lo primero que pensé.

Al pasar las horas, el ambiente –en todo sentido de la palabra- se ponía más caliente. No me sentía solo. Estaba con alguien que sabía cómo era la movida ahí dentro. Veía llegar muchas personas, unas con apariencia de indigentes y otros vestidos muy bien, pero no estaban ahí por algo bueno. “Vea, Mono, usted acá tiene que ser relajado, a la hora y veinte que demuestre culillo, estos manes se lo tragan vivo” –me advertía mientras continuaba rascado algo en las manos- “Y no me refiero a los indigentes, ellos vienen a dormir, a hacer amistad y ya. Le digo que en la trampa, porque de los que se debe cuidar son de los que están bien vestidos; todo lo que tienen puesto es robado”.

Ahí ya no me sentía tan confiado de estar con él. Pienso que donde llegue a pasar algo acá adentro, todos agarran por su lado y yo me quedaría solo. Al avanzar la noche esa bodega ya se iba llenando y el movimiento de personas, paradójicamente, cada vez era menor. Todos estaban en su ambiente; y uno por uno buscaba un espacio, se acostaba y se dormía. “Parcero, cuando uno vuelve ésta su casa, deja los corotos guardados por ahí en un hueco entre ladrillos –dijo ‘Morocho’- y no hay de otra que sacar el pedazo de cartón como almohada y llenarse de camisetas y pantalones para que no le dé frío. No crea, acá también hace frío pero no es tan áspero como el de afuera” ahí ya tenía listo lo que tanto rascaba. Me tenía intrigado, y quería saber qué era eso que había logrado camuflar para calmar su ansia encerrado.

A mí también ya me daban ganas de un cigarro, sin olvidar que antes de entrar me dijeron que no ingresara cigarrillos porque ahí sí podía poseer problemas con la gente que estaba enclaustrada.

Al igual que yo, ‘Morocho’ estaba “amurado” y mostraba desespero con todo su cuerpo. Me dejó encargado con un amigo, se levantó y dio tres vueltas a la bodega. En los baños se demoró mucho tiempo. Pensé que tenía alguna necesidad. Volvió y su mirada no era la misma. “¡vamos a hacerlo! Casi no encuentro lo que me faltaba pa’ quitarme ese amure –dijo sonriente- Vení, Mono. ¡Vení! Que yo no te dejo morir, Parcero.” Me acerqué y tenía en la mano derecha una hoja de papel periódico y en la otra mano papel de bocadillo Veleño totalmente rascado. Ahí salí de mi duda. Lo poco que sé me conducía a algo, pero mi inocencia me hizo preguntar para qué era eso.

‘Morocho’ con cuatro amigos se rieron. Me sentí bien porque confirmé que era para lo que yo pensaba. “Pille, pues: esto lo llamamos Cachimbombo, es como un cigarro pero sabemos que no nos van a coger a puñaladas por él” –dijo mirando al grupo de personas que no eran indigentes- ¡fume! ¡Fume! Que eso no le hace daño, es más malo el cigarrillo”. Mientras bajaba el humo por mi garganta, que la verdad no era humo sino candela, los miraba a ellos, miraba a las demás personas revisando que nadie se me acercara a formar problema por estar fumando. Era sicosis mía, todos estaba en su cuento.

Se acercaba la media noche y ‘Morocho’ me dijo que no lo hiciera trasnochar tanto, pues al otro día tenía que trabajar mucho. “usted es un chino gomelo, y mañana llegará a su casa a dormir.” –me dijo frotándose los ojos con sus manos. Me consiguió un pedazo de cartón mientras yo iba a orinar. Veía que todos orinaban donde fuera, yo utilicé el baño. “Mirá, acá tenés lo de dormir –me dijo ‘El paisa’, un amigo de ‘Morocho’. “Dormite que ya no hay nada interesante de ver por acá”

Me acosté haciéndoles caso, eché una ojeada y vi que sólo quedaba dos indigentes de pie. Arrancaron hacia el baño y, por el movimiento y sonidos que emitían, se veía que estaban saciando su abstinencia de la manera más heteróclita.

Estuve acostado como hasta las 5 de la mañana. Más tarde, empezaba a salir el sol que calentaba las tejas, ese calor hacía que se levantara ese olor a orines de toda la noche. Asomaron 3 policías con un cuaderno, cuaderno en el que me registraron cuando entré. Abrieron una de las puertas y empezaron a llamar, uno por uno, a cada individuo que estaba adentro. Un conocido de ‘Morocho’ intentó salir por la puerta sin que lo llamaran. Los policías lo entraron y dijeron que no iban a llamar a más gente. Un gamín le dio tres puntapiés, y le dijo que no le volvía a ligar. Ahí entendí el respeto que le tenían los indigentes a estas otras personas.

Me llamaron, me despedí de ‘Morocho’ y sus cuatro amigos. Lo volví a ver cuando yo iba montado en el Transmilenio y él caminaba por el Barrio Santafé.

Felipe Marciales.